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BEHIND PARIS AS A GALLERY

Crear algo que te encanta, pero sentir que aún no es el momento de mostrarlo, es una sensación extraña, ¿verdad? Como si la intuición fuera más sabia que la ilusión. Como si, a veces, la madurez tuviera que ver con aprender a esperar, incluso cuando algo ya podría existir.


Eso nos pasó con Sali. El primer prototipo lo hicimos hace casi un año, y desde el principio nos pareció especial. Tenía algo distinto: equilibrio, estructura, una presencia tranquila. Pero algo dentro de nosotras nos decía que todavía no tocaba. Que lanzar un producto no es solo tenerlo listo, sino sentir que todo lo que lo rodea también lo está.
Así que esperamos. Y en esa espera, crecimos.

Durante los últimos meses nos hemos volcado en algo que no siempre se ve: mejorar. Mejorar los procesos, las pieles, los acabados. Pero también el fondo: la manera en la que tomamos decisiones, el tiempo que dedicamos a hacer las cosas bien, la calma de no ir con prisa.

Podríamos decir que ha sido un trabajo de “posicionamiento”, pero sería simplificarlo demasiado. No se trataba solo de colocarnos en un sitio, sino de merecer estar ahí. De entender quiénes somos como marca, qué queremos proyectar y qué queremos que la gente sienta cuando vea o toque una de nuestras piezas.

Quizás madurar como marca se parece a madurar como persona. Empiezas queriendo abarcarlo todo, probar, correr, lanzar, ver resultados. Y, de repente, llega un punto en el que lo que te importa ya no es hacer mucho, sino hacer bien. En el que entiendes que crecer no siempre significa avanzar; a veces significa profundizar.

Eso nos ha pasado este año. Mientras revisábamos el diseño de Sali, también nos revisábamos a nosotras mismas. Qué tipo de diseño queremos representar, qué tipo de imagen queremos transmitir, qué tipo de ritmo queremos llevar. Y poco a poco, sin darnos cuenta, empezamos a encontrar coherencia. Entre los modelos, los colores, los materiales… pero también en el tono, en la mirada, en la calma.

Cuando todo eso empezó a alinearse, sentimos que por fin era el momento de lanzar Sali. No porque lo necesitáramos, sino porque ya lo sentíamos nuestro.
Queríamos hacerlo desde un lugar simbólico, y París lo fue desde el principio. No solo porque nuestro nombre suene francés, sino porque hay algo en esa ciudad que tiene mucho que ver con nuestra manera de entender el diseño. En París, el diseño está en el día a día: en cómo la luz cae sobre un edificio, en cómo se combina el ruido con la quietud, en la naturalidad con la que lo bello convive con lo funcional.

Allí todo parece tener intención, pero sin esfuerzo. Y eso es exactamente lo que queríamos transmitir.

Paris as a Gallery nació de esa idea: de entender la ciudad como una galería viva, abierta, donde lo cotidiano se vuelve arte sin quererlo. Donde los objetos, las personas y los espacios se mezclan con armonía, sin protagonismos. Y en ese contexto, nuestro bolso, Sali, encuentra su lugar. No como algo que interrumpe, sino como algo que acompaña.

Y para contarlo, necesitábamos a las personas adecuadas.
Harper tiene una belleza serena, con ese tipo de presencia que no se puede fingir. Quizás sea por su mezcla americana y francesa, que parece haberse llevado lo mejor de los dos mundos. Con ella queríamos reflejar el contraste entre la elegancia de París y la fuerza del diseño. ¿Es París la galería y Sali la obra, o acaso forman parte del mismo cuadro?

Y Prosper, parisino, con una sensibilidad que se nota antes incluso de ver sus fotos. Su forma de mirar nos recordó a lo que buscábamos: esa capacidad de hacer que lo normal parezca nuevo, que lo simple se sienta importante. Con él no hubo que explicar mucho. Bastó con estar allí, dejar que la ciudad hablara y observar cómo cada imagen encontraba su sitio.

Esta campaña marca algo más que un lanzamiento. Marca un punto de inflexión.

Porque, aunque aún quede mucho por mejorar, sentimos que estamos en el camino correcto. Que C’est Nous ya no es solo una idea, sino una marca con intención, con fondo, con una voz que empieza a encontrar su tono.

Mirando atrás, entendemos que todo tenía sentido. La espera, las dudas, los ajustes. A veces el proceso se siente lento, pero lo que madura despacio se sostiene mejor.

Y quizás también sea una forma de recordarnos que todo lo que vale la pena necesita tiempo.
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