C'EST NOUS EN PARIS
París huele a café y mantequilla.
A ese primer croissant que se come de pie antes de subirnos a la bici rumbo al pop up.
Cada mañana empezaba así: el aire frío, las calles medio vacías y la sensación de que todo estaba por pasar.
Quizás una de las razones por las que nos gusta venir a París es porque no altera nuestra rutina.
La gente que viaja mucho nos entenderá: no en todas las ciudades es fácil mantener los pequeños hábitos que te hacen sentir tú.
Aquí, sin embargo, todo encaja. Nos gusta empezar el día corriendo, aunque suene contradictorio.
A veces decimos que nos gustaría que todo fuera más despacio, pero nos encanta correr.
Supongo que tiene que ver con eso: con movernos, observar, sentir que estamos dentro del ritmo de la ciudad, no solo de paso.
Ya hemos estado en París cuatro veces este año, y cada viaje ha tenido su propio ritmo.
El primero fue en febrero, por el cumpleaños de Irati. También era la primera vez que veníamos como marca.
A veces pienso que no fue casualidad. Empezar aquí justo el día en que también se celebra un comienzo, como si la ciudad también nos estuviera celebrando a nosotras.
En abril volvimos. Todo se sentía más fácil, más nuestro.
Ya controlábamos los tiempos, las calles, el ritmo de la ciudad.
Supongo que tiene que ver con eso que nos pasa siempre: llegar a un sitio nuevo y hacerlo sentir un poco nuestro.
Tenemos ese don para romantizarlo todo. Caminamos con la música puesta, saludamos al camarero del café de la esquina y nos movemos como si hubiéramos vivido allí toda la vida.
En julio regresé sola.
Hacía calor, de ese que se queda pegado todo el día, y el primer día se me rompió el móvil, esa herramienta que, de alguna forma, nos permite estar cerca aunque estemos lejos.
Pasé la semana sin cámara, sin mensajes, sin poder compartir nada.
Y fue extraño, porque gran parte de lo que hacemos pasa a través de una pantalla.
Pero esa semana entendí que lo importante no es la herramienta, sino lo que se transmite.
Al final, nuestro trabajo va de eso: de conectar, de contar lo que hay detrás, de hacer que quien está al otro lado sienta algo más que una imagen.
Y eso, cuando es auténtico, encuentra la forma de llegar.
Esa semana compartí el pop up con Alfonso, de Boras.
Compartimos también las horas largas y las charlas cortas.
Hay personas que inspiran sin intentarlo, y él es una de ellas.
En octubre volvimos una vez más, en plena Fashion Week.
Entre el caos y la inspiración, París siempre consigue mantener la calma.
Todo está lleno, todo es rápido, pero sigue habiendo belleza en cada esquina.
Después de un día largo, de esos en los que las horas se confunden y solo queda energía para reír, siempre había tiempo para unos vinos y algo de queso.
Loursin, o Rojo. Nunca fallan.
Y antes, si había suerte, una mesa en Chez Janou, que ya sentimos un poco nuestra.
El desayuno casi siempre en Café Berry.
El croissant en Sain Boulangerie, porque no hay otro igual.
Y cuando necesitábamos una pausa, Cortado era nuestro refugio, a cualquier hora del día.
Entre visita y visita, también hay rituales que se repiten: perdernos en tiendas de segunda mano.
París tiene ese talento para esconder tesoros, y nosotras, que siempre decimos que no vamos a comprar nada, acabamos llenando la maleta como si no fuéramos a volver en meses.
Al final, cada viaje nos deja la misma sensación.
Que los pop ups no son solo trabajo: son encuentros, personas que se acercan a ver lo que hacemos y terminan contándonos algo de ellas también.
Nos recuerdan por qué empezamos y por qué seguimos.
Y quizás por eso nuestra última campaña se llama Paris as a Gallery.
Porque cada vez que volvemos, la galería del móvil se llena de fotos.
Porque aquí todo es fotografiable.
Porque París, en sí, es una galería.
Una ciudad que nos recuerda que el diseño, como la vida, se trata de equilibrio: entre movimiento y calma, entre estructura y espontaneidad.

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